¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad...
-Divididos-
... Que las cosas no son sino como se ven
-Don Argañaraz-
◢ Alú Rochya
El tercer ojo, de Lobsang Rampa, es un libro lanzado en 1956 que se convirtió en un arrollador best seller, vendiendo más de 300.000 ejemplares en apenas 18 meses y siendo permanentemente republicado hasta el día de hoy en diversos idiomas. El autor es un monje tibetano reencarnado en un ciudadano británico y cuenta su experiencia entre los budistas del Tibet, donde le fue abierto un tercer ojo que le permitía ver el aura de las personas. Con ese don, pasó a ser un inestimable consejero del Dalai Lama, percibiendo si aquellos con los cuales trataba el líder espiritual eran individuos "buenos" o "malos".
La glándula pineal, que es llamada también de tercer ojo, es una pequeña glandula endócrina localizada en el epitálamo, en el centro del cerebro, entre los dos hemisferios, que modula los patrones de sueño en los ciclos llamados circadianos, entre otras funciones.
René Descartes afirmaba que la glándula pineal era la "morada del alma". En esa línea, fue Madame Blavatski, fundadora de la teosofía, quien relacionó la glándula pineal con el concepto hindú de tercer ojo o Ajna chacra, que nos permitiría alcanzar una visión de la existencia sobrepuesta a nuestra realidad reconocida por consenso.
Para los terapeutas holísticos que trabajan básicamente manipulando canales y vórtices de energías, como meridianos y chacras, los atributos básicos del tercer ojo (sexto chacra) son la intuición, clarividencia, telepatía, autoconocimiento. Y está ligado al amor celestial y a todas las formas de vida.
Una vez sometido a la cirugía que le abriría un canal en su cabeza para disponer de un tercer ojo ubicado entre ceja y ceja, uno de los médicos le dice a Lobsang Rampa: "Ya eres uno de los nuestros Lobsang. Durante toda tu vida verás a las personas como son y no como pretenden ser".
La capacidad sensorial despertada en el monje a mediados del siglo 20 ya no es patrimonio exclusivo del mundo esotérico. Hoy, cada día, más gente entre nosotros comienza a protagonizar experiencias clarividentes. La pregunta del grupo de rock Divididos, ¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?, cuando la mentira es la verdad, ya puede ser respondida por personas guiadas por lo que suelen llamar de sexto sentido -y que no es otra cosa que la intuición. La clarividencia, como la clarisintiencia, están comenzando a actuar como un detector natural, orgánico. Cuando la mentira es la verdad, las personas consiguen intuirlo. Aunque todavía no puedan percibir detalles, pueden sentir que le están mintiendo.
Es como le decía Morfeo a Neo en la película Matrix, "... tú sabes algo, aunque no puedas explicarlo lo percibes... Sabes que hay alguna cosa que no funciona en este mundo".
La actual sociedad humana es esa Matrix, una matriz de ilusión, una telaraña cargada de informaciones falsas que hace que todo el mundo se mueva en base a conceptos de una realidad que, paradójicamente, no es real. Vivimos en un hagamos de cuenta que, como un jugar de mentirita en una rueda de acontecimientos que gira a toda velocidad y no nos da tiempo de parar y constatar, de parar y reflexionar, de parar y sentir, de parar y ver... qué es mentira y qué es verdad.
Imaginemos una escena: al final de la jornada, al ómnibus que nos lleva de vuelta a casa, sube un policía, con su uniforme de policía, su gorra de policía, sus borceguíes de policía, su arma de policía...
... Qué ven los pasajeros cuando lo ven?
- Unos ven una amenaza. Al final, los policías actúan en representación de la ley y muchas veces hacen uso de la violencia para hacer su tarea, portan armas letales y, a menudo, muchos de ellos no tienen la preparación psicológica necesaria para ponderar el uso de la fuerza. Esos unos piensan: andá a saber como es este tipo, en una de esas pasa algo, el tipo se descontrola y acaba matando a alguien, tal vez a mí.
- Otros, evocan su odio por la policía. Entienden que todo policía forma parte de un mecanismo represivo, que tiene como objetivo mantener el orden social de un sistema controlado por un pequeño grupo de poderosos que somete a la gente común, como la que viaja en ese ómnibus. Esos otros sienten repulsa por el policía pues lo ven como un carcelero, alguién que les roba la libertad y los condena a elegir entre seguir sometiéndose o rebelarse e ir a la cárcel o hasta ser muerto.
- Algunos, que regresan con el lomo dolorido de sus trabajos mal remunerados, sienten desprecio. Ven al policía como ven a todos los policías: como gente vagabunda, enemiga del trabajo, que prestan servicio durante 24 horas y se rascan durante 48, laburando unos 10 u 11 días al mes. Para esos algunos, los policías son todos corruptos, ganan un sueldo legalizado y, por afuera, suman dineros extras de coimas, chantajes, vistas gordas y hasta de participaciones directas en actividades ilícitas, sin olvidar la pizza y la coca nuestra de cada día. Y encima, son recurrentes abusadores de su autoridad, sintiéndose por encima de la ley que representan y hasta con licencia para matar.
- Finalmente hay quienes ven al policía como una especie de protector, alguien que con su sola presencia podrá disuadir a cualquier pasajero con intenciones non sanctas. El viaje, que atraviesa zonas de bolsones de pobreza y violencia, quizás puede ser más tranquilo, menos incierto. Estos pasajeros ven al uniformado como parte de una institución que representa el orden, el bien que los protegerá del mal.
Y tú, que ves, cuando ves a ese policía?
Como ves, cada quien no ve al policía sino a su concepto sobre el policía y la policía. Tienen una visión mental. Todos los argumentos de cada mirada tienen asidero en la vida real, todo eso que se imaginan está constituído por fragmentos de la realidad que acontece con policías, en las instituciones policiales. Esos fragmentos están organizados como bloques en la cabeza de cada uno como a cada uno se le ocurre, según el mambo mental de cada uno, sus miedos, sus odios, sus resentimientos, sus marcas.
Pero, en realidad, nadie conoce a Juan, el policía que acaba de subir al ómnibus. Juan es Juan Salvador Oreba, el quinto hijo -de un total de siete- de Julia del Valle Tapora y Cristóbal Oreba. Juan se crió en las pacatas calles de tierra colorada de Panambí, un pueblito del interior de Misiones donde el verde es más verde, el agua más agua y el cielo más azul. Creció jugando juegos de chico, jugando a ser grande, navegando en su inocencia, amparado en el dulce e indulgente amor de su madre que quiso bautizarlo con ese nombre después de descubrir el mensaje de libertad que brotaba de un libro olvidado en un banco de la plaza -seguramente por algún turista distraído: Juan Salvador Gaviota. Ella había quedado fascinada con esa obra. Porque, Tapora, su apellido guaraní, significa eso, gaviota. Y porque la libertad que le enseñaba a sus hijos era para ella la mayor gracia que podía tener un ser humano. "Y yo no tengo otras cosas para darles", decía.
Pobre pero honesto. Ese era el lema innegociable con que don Cristóbal pretendía señalarles a sus hijos un horizonte recto. Y así, Juan se hizo un hombre libre y honesto. Y ya hombre, se casó con Luciana, el único y gran amor de toda su vida. Con ella, un día decidió romper los límites estrechos de su terruño natal y emigró hacia la gran ciudad, la contracara metropolitana de su candoroso pueblito. A descubrir mundo, a probar suerte, a encarar desafíos. Y como de chico lo divertía más jugar al ladrón pero siempre quiso ser policía, se metió a serlo.
Juan vuelve a su casa en ómnibus porque el sueldo de policía no le alcanza para otra cosa ni recibe "extras" por afuera. En su barrio, es un vecino querido y respetado, simplemente porque le viene de vuelta lo que él da. Ya es padre de una niña y un niño, a quienes cada mañana les prepara el desayuno y los acompaña hasta la escuela. Por las noches le roba horas al sueño y se priva del tibio abrazo de su amada Luciana, estudiando las materias de la licenciatura en Gestión Ambiental. Proyecta hacer el viaje de regreso a su tierra, para cuidar de ella. Pero todo eso, en el ómnibus, nadie lo sabe. Como tampoco saben que su apellido, Oreba, es una herencia del linaje guaraní que recibió de su padre y de sus antepasados y que significa uno de nuestra tribu, uno de nuestra gente, uno de los nuestros. "Uno de los nuestros", como le dijeron a Lobsang Rampa.
Y ahí va la pregunta otra vez: Que ves, cuando ves a ese policía? Lo ves a Juan tal como es, uno de los nuestros?
No es fácil ver con el alma. Tenemos que desaprender lo aprendido y recordar lo olvidado. Atravesar los velos del engãno y la ilusión, ese mejunje de conceptos simplotes, ideas berretas, lógicas infantiles y miedos varios que nos mantiene enredados mentalmente a la telaraña de la Matrix, sus dictados, sus patrones.
No es fácil, no. Pero podríamos empezar por no hacer suposiciones. Las suposiciones son un ejercicio mental alimentado por memorias archivadas en nuestro cerebro que contienen hipótesis, juicios, opiniones formadas. Ante la aparición de un disparador -por ejemplo, un uniforme policial- todo ese mar de abstracciones hace sinapsis y genera una lectura de la realidad que no es precisamente la realidad. No hacer suposiciones es observar que sube al omnibus "uno de los nuestros" con un uniforme de policía. Punto. Aquí el cerebro sólo habrá funcionado para convertir en una foto los datos que le envía el nervio óptico. Punto.
Uno de los nuestros, es decir, un humano que, aparentemente, trabaja como policía. Es todo. No sabemos más nada de él. Por qué ponerse, entonces, a darle vía libre a la imaginación y los prejuicios que afloran en nuestra mente? En su barrio, en su familia, en su trabajo, seguro lo conocen y lo tratan por lo que es, sea lo que fuera. Pero nosotros, arriba del ómnibus, no tenemos la menor idea.
Si logramos eso, si evitamos el aluvión de ocurrencias que nos intoxica en segundos la cabeza y esta, a su vez, nos intoxica la sangre, tal vez podamos pasar al siguiente paso: ver con el alma, con la glándula pineal, con el tercer ojo. Ese ver es en realidad un sentir pues estamos usando una energía que detecta y contacta otras energías. Esas energías están cargadas de información. Y entonces, ahí vamos a ver otra cosa, algo diferente por atrás de la apariencia, algo parecido con la esencia del asunto, con lo que es, lo que verdaderamente es. Y tal vez, ni siquiera veamos al ser humano sino a un ser espiritual. Y así, seremos un alma viendo otra alma, tal vez angelical, tal vez diabólica, pero lo que es.
En estos tiempos, donde las bellas y eficientes herramientas de la comunicación global como internet, televisión, redes sociales son utilizadas para encubrir lo que es, para ocultar la verdad, para vender ilusiones, se hace imprescindible ver que hay atrás de lo que nos presentan, de lo que se ve en esa apariencia. Las dulzonas y aduladoras palabras de un galanteo, las firmes y altisonantes promesas de un político, las irresistibles tentaciones de compras de la publicidad, el llanto seco de una muchacha que denuncia por la tele un supuesto abuso, las confusas explicaciones del técnico de fútbol justificando una derrota, la consabida frase "lo hago por tu bien" o la victimización de un damnificado suelen esconder, detrás de la fachada de cartón la realidad de lo que es en realidad, muchas veces lo contrario. De igual modo actos, palabras, gestos, decisiones que nos parecen crueles, agresivas, infundadas, injustas pueden contener, por trás de la apariencia, bendiciones inimaginadas.
A quitarnos las vendas, entonces, a aprender a ver con el corazón para poder trascender lo que está en la superficie, evitar que cualquiera nos engañe y ver la verdad de las cosas. Un pan presentado ante tus ojos como un lindo pan parecerá, claro, un buen pan. Pero sólo sabrás si en verdad es bueno cuando a la hora de comerlo puedas percibir lo invisible. El buen pan sabe a campo, a semillas... tiene el aroma de la masa madre y de la harina, es decir, de su esencia, de eso que no captamos con nuestras retinas. Porque, ya se sabe, lo esencial es invisible a los ojos.✤
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