Las ventajas hasta hace poco inimaginables que hoy nos proporciona la tecnología para optimizar nuestra experiencia de vida han sido neutralizadas por un sistema económico hegemónico y controlador, que se apropió de las nuevas herramientas para convertirnos en piezas funcionales de sus voraces ambiciones.
El capitalismo global se valió de las nuevas tecnologías para imponer la mercantilización de las sociedades humanas, con el fin de obtener ganancias monetarias que derivan en la mera acumulación de capital financiero en manos de unos pocos, autodeclarados superiores y entregados a un juego perverso para ver quien aparece mejor colocado en el ranking de la revista Forbes.
Las posibilidades comunicativas y transaccionales que genera apretar un simple botón en diminutos aparatos han permitido internacionalizar los negocios en todos los planos pero no han alcanzado la misma dimensión de facilitador y solucionador global en cuestiones políticas, sociales, ambientales, culturales, espirituales. Peor aún: al ser mercantilizada toda actividad humana, esos aspectos son tratados e incorporados al mercado global y apreciados o depreciados según los márgenes de ganancias que puedan generar.
De tal modo, puede constatarse que la alta tecnologia (high tech) alcanzada en las últimas décadas impulsó el consumo bobo a niveles obscenos. Si para muestra basta un botón, pues vaya éste: jóvenes y pobres figuran a la cabeza de una triste estadística que revela que una vez por año cambian sus actualizadísimos celulares por una cuestión estética (!?). Cómo se explica?...
Jóvenes y pobres son la parte de la población económicamente activa que no tiene arte ni parte. Son dos segmentos sociales en stand by, esperan ser incorporados a los censos de la economía global y, mientras tanto, se sienten afuera de la vida, del otro lado del muro. Entonces, tener en sus manos un celular de última generación, "superinteligente y colorido", les crea la ilusión de que son miembros de un universo social, que son aceptados y automáticamente incluídos en un mundo que, en verdad, no los tiene en cuenta para nada excepto para el consumo.
Un elemental raciocinio nos dirá que la humanidad ha sabido encontrar herramientas y modos ingeniosos para garantizar la sobrevivencia y extender los plazos de sobrevida. Por el mismo ejercicio racional deberemos llegar a la conclusión de que cambiar de automóvil o de celular cada vez que aparece un modelito nuevo no nos hace estar más vivos ni estira nuestra estadía por este arrabal del cosmos.
Por otra parte, garantizar y mejorar la sobrevivencia del ser humano/animal no puede ser un objetivo en sí mismo sino un medio para alcanzar un fin superior: permitirle al ser humano/persona su desarrollo y crecimiento como tal. Vivir es poder realizar los sueños y anhelos mediante los cuales el ser podrá alcanzar el grado de evolución que su alma vino a buscar en esta experiencia terrena.
Y esa alma se conmueve con un gol de Messi o de Ronaldinho, con una pintura de Picasso o un mural de Siqueiros, con la quinta sinfonía de Beethoven o el Yesterday de Los Beatles, con el nacimiento de un niño, la muerte de un abuelo, un beso inaugural, un adiós definitivo, una simple caricia, un acto solidario, un poema de Pessoa, la mirada lacerante de un hambriento, el estremecimiento gozoso de un amante, la furia incontenible de un huracán, el cobre antiguo de una puesta de sol o el cielo anil de un amanecer.
Encuentros y despedidas, triunfos y derrotas, ascensos y descensos, calmas y furias, risas y llantos, tristezas y alegrías constituyen la forja donde vamos templando el alma, -única, irrepetible- que va revelándose a sí misma, descubriendo sus sombras y sus luminosidades, aprendiendo, corrigiendo, haciéndose mejor y más bella como ser espiritual, como persona.
Cada un@ de nosotr@s debe contar con lo mínimo en este plano: comida, abrigo, techo. Trilogía básica que los antiguos maestros japoneses llamaban ishokuju. Lo esencial para sobrevivir. Y, sobreviviendo, poder hacer la experiencia de aprendizaje y sanación que vinimos a encarar por acá. A partir de ahí, poseer cualquier otra cosa, cualquier objeto podría considerarse "delito de sofisticación".
Es comprensible, claro, que todo ser pueda disponer de este o aquel objeto que le venga a servir para optimizar su pasaje por este mundo, por ejemplo, una guitarra para un músico o unas tijeras para un peluquero. Pero convengamos que la categórica mayoría de los objetos que vamos acumulando no nos resulta imprescindible para realizar nuestro derrotero.
Entre los anhelos del alma no se contabiliza poseer un telefonito con tres cámaras para sacar fotos de cumpleaños, ni un tv de plasma de 90 pulgadas para jugar a la playstation, ni una camioneta 0km para ir de casa al trabajo y viceversa, ni un reloj smartwatch para curtir el facebook, ni tetas de silicona para sentirse sexualmente más deseable. Somos un alma, un ser espiritual y nuestro negocio es otro. Buscamos aprender acerca de los valores, del amor, del arte, de la belleza, de la permanente transformación de la existencia, de las alegrías y de las tristezas, del sentido de la vida.
Algunos objetos pueden sernos de enorme utilidad -ahora mismo yo escribo este texto en una notebook. Pero la mayor parte de esos objetos es prescindible. Es tan así que, para que accionemos nuestra decisión de compra, nos bombardean día y noche con publicidad engañosa que nos promete la eterna felicidad. Las propias agencias publicitarias afirman, sin pudor, que para vender un producto hay que crear una necesidad del mismo. Es decir, antes del lanzamiento del producto ni tú ni yo lo necesitábamos.
Si lo piensas bien, verás que la mayoria de los objetos que hoy son deseo de consumo no pasan de ser espejitos de colores, fuegos artificiales con los que se engaña al ego pero jamás al alma. Los espíritus desean experimentar otras cosas, más profundas, más nutritivas, más vitales, mas esenciales, siempre imprescindibles para nuestra legítima intención de realizarnos y ser felices.
La actual crisis global tiene una vastedad, una profundidad y un grado de complejidad nunca vistas en el período de los últimos 10.000 años de esta pre-historia del ser humano. Vamos a morirnos a una vida cuyo objetivo -espúrio y cruel- alcanzó su máxima dimensión y ya está agotado. Y vamos a resucitar, a nacer a una vida nueva, ahora sí, como seres humanos. Será, entonces, necesario colocar la tecnologia al servicio del alma, del espíritu que anima la vida.
Se trata de cuidar que esa tecnología ya no sirva a la distracción cotidiana y a la satisfacción ilusoria y brevísima que nos consume el tiempo de vida y nos opaca la conciencia. Que el celular, la notebook, Internet con todas sus potencias, las redes sociales, el rayo laser, las cámaras de grabar lo que sea, el auto, el gps y la mar en coche nos sirvan a la mejora de las condiciones de vida para que esta nos permita hacer cada día, más fácil y mejor, lo que tanto desea nuestro corazón.
Aplicativos para celulares resultan instrumentos casi mágicos a la hora de socorrer a víctimas de desastres. La comunicación a través de mensajes SMS o de Whatsapp ha demostrado ser vital en lugares y momentos donde nada más funciona -o nada funciona tan rápido. Por ejemplo, Hewlett Packard se alió con varios grupos de ayuda humanitaria para desarrollar una aplicación que les permita a sus usuarios en Botsuana y Kenia reportar los primeros síntomas de la malaria y ese recurso permitió contener y evitar epidemias.
En Estados Unidos la Cruz Roja ha desarrollado una serie de apps que pueden ser útiles en momentos de emergencia, pues proporcionan información precisa y relevante a la hora de salvar vidas. La inédita experiencia de la pandemia del coronavirus ha estimulado la creación de apps que van desde el control de síntomas de la enfermedad o la certificación digital de vacunación hasta la organización del home office o servicios de delivery.
Es fantástico ver a los refugiados africanos cruzando toda Europa cargando en sus espaldas una mínima mochila y atesorando en sus manos el bien más precioso para esa travesía: un celular. Con él mantienen la comunicación afectiva con sus seres queridos que quedaron atrás, se contactan con otros migrantes que ya están establecidos para recibir orientaciones, acceden a mapas para precisar su derrotero, pueden leer/ver/oir las noticias acerca de su situación, eludir odiosos controles y territorios peligrosos, pueden descubrir posibilidades de hospedaje o encontrar chances de trabajo y hasta escuchar el bálsamo de su música preferida, entre varias otras posibilidades que les resultan de enorme utilidad para normalizar sus vidas de humano-animal y poder así dedicarse a realizar su vida de espíritu de luz. O sea, el celular como herramienta para la liberación y no como fetiche para la enajenación y la autoesclavitud.
Ese fenómeno de caravanas de migrantes desposeídos desandando como parias los caminos milenarios de la vieja Europa o las nuevas rutas de las tres Américas se nos presenta como una de las tantas expresiones de los cambios profundos que están aconteciendo en cada rincón del mapa terráqueo. Es la hora del amor incondicional. Y, aunque suene poco romántico, podemos decir que el aporte de la tecnología puede resultarnos decididamente vital para traducir en hechos concretos ese amor. Vital para las nuevas relaciones sociales, las nuevas expresiones culturales, las nuevas formas de hacer política y negocios y las nuevas formas de amarnos.
Para eso se hace imprescindible sacudirse toda dependencia boba de cualquier tecnología que intente mantenernos en el hechizo de la alienación consumista, funcionando como máquinas al ritmo de los algoritmos y, en sentido contrario, tomar las ventajas operativas y creativas de las nuevas tecnologías, aprovechando sus amplias posibilidades, para ponerlas al servicio de nuestro ser de carne y hueso que es animado por la energía trascendente de una tecnología mayor, la de nuestra alma.✤
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